¿Qué hiciste el 10 de enero de 1981? Esa es la pregunta que encontré en la página 247 del libro que estaba leyendo. Cómo voy saberlo si estaba muy pequeña respondí. Sin embargo intenté recordar dónde estaba ese año. Busqué en mi mente algo importante que hubiese vivido ese año y lo único que saqué en claro fue que estaba en el colegio y vivía con mi familia.
¿A qué es difícil responder a una pregunta así? Para muchos de nosotros quizás sí, pero no para Jill Price quien recordaba con todo detalle lo que vivió en esa fecha. Ella estaba en El Salvador cuando estalló la guerra civil. ¡Madre mía! Al igual que Price, yo también estaba en el país y no recuerdo absolutamente nada. ¿Por qué ella recordaba con todo detalle todo lo que hizo, vio y escuchó ese día, incluyendo las noticias si solo tenía 15 años?
Jill es de las pocas personas en el mundo que tiene memoria autobiográfica y eso le permite recordar todos los acontecimientos de su vida. Eso se llama hipertimesia. Así es que a menos que tengas ese trastorno neurológico, te será casi imposible recordar al extremo detalle todos los días de tu vida.
Esta anecdota es parte de las muchas que leí en el libro «El arte de crear recuerdos» del escritor danés Meik Wiking, a quien The Times ha descrito como el hombre más feliz del mundo. Una etiqueta poco exagerada en mi opinión, porque estoy segura que hay millones de personas felices por el mundo pero que no son famosas.
El valor de la primera vez para atesorar recuerdos
Este libro nace de la propia experiencia del autor. En Copenhague, Dinamarca, fundó el primer Instituto de Investigación sobre la Felicidad del mundo. De ahí su labor como investigador de la felicidad.
«El arte de crear recuerdos», es un libro práctico en el que Meik Wiking comparte su experiencia y por medio de diferentes ejercicios nos propone que aprendamos a guardar recuerdos de forma consciente. Ese sistema él lo llama, «las reglas de mnemotécnicas para ser feliz.» La obra consta de ocho capítulos en los que hay ejercicios sencillos y prácticos para recordar momentos bonitos que muchas veces olvidamos.
Algunas de sus ideas nacen de aprovechar por ejemplo, el poder de las primeras veces. Quien no recuerda el primer beso, se pregunta autor. La adolescencia y la juventud es la etapa humana en la que más experiencias acumulamos de primeras veces, explica.
Cuando somos adultos ese poder de las primeras veces se desvanece y resulta difícil encontrar cosas nuevas que puedan sorprendernos. Sin embargo si nos ponemos a pensar, hay muchas vivencias que aún nos faltan por experimentar.
Poco después de leer este libro, decidí vivir por primera vez una experiencia nueva, cantar en un karaoke. No me gusta eso de cantar en púbico, ni verlo, ni hacerlo. Así es que eso supuso para mí un reto. No niego que me divertí.
Mi primera canción en karaoke fue Every breath you take de la banda inglesa The Police. Fue un día sábado del mes de octubre del 2021 y estaba en una finca con unos amigos de mi marido, época en la que el coronavirus nos había dado un respiro y podíamos reunirnos. Yo llevaba un vestido color rosa salmón. El clima aunque agradable era fresco. Fue una experiencia bonita que no olvidaré, pero que no vuelvo a repetir.
Controlamos nuestros recuerdos con ejercicios y práctica
Si te gusta cocinar por ejemplo, aprovecha ese hobbie para vincular ciertos sabores o platos a recuerdos felices. La música es el típico ejemplo. Quién no recuerda la música que escuchaba cuando era adolescente y hoy le evoca nostalgia. Yo la primera.
Ese tipo de momentos son ideales para formar nuestro banco recuerdos felices y son parte de las estrategias que Meik Wiking propone a sus lectores. Él habla de vivir y recordar con conciencia y relacionar determinados momentos con algo que escuchamos, olemos, vemos, tocamos o sentimos. Es decir, mantener nuestros cinco sentidos en modo alerta y luego tener la disciplina de escribirlo.
Esa es la esencia del scrapbooking, ya que este método de lo que trata es que con fotografías y escritos en forma de crónica, se cuenta nuestra historia personal o familiar, añadiendo decoración y memorabilia.
Pues bien el libro así descrito finaliza en el octavo capítulo y aquí el autor se expande muchísimo en consejos para crear recuerdos felices. Sugiere por ejemplo, aprovechar las redes sociales para conservar recuerdos, llevar un diario o planificar con ayuda de un calendario anual.
Si te gusta la idea de conservar tus recuerdos y no quieres olvidar lo que vives, este libro es perfecto para ti. Es una lectura bonita muy amena y entretenida, ideal para esta temporada de verano o cualquier época del año. El interior de sus páginas va acompañada de dibujos, colores, fotografías e infografías que complementan la lectura.
Bajo ese mismo estilo y a modo de saga, Meik Wiking, ha escrito también «Hygge«, la felicidad de las pequeñas cosas» y «Lykke», la gente más feliz del mundo.
Aunque es un libro que me encantó en su lectura, diseño interior y contenido, no puedo dejar de pensar que es libro está dirigido para quienes vivimos en países y sociedades con sus necesidades bien cubiertas.
Pero qué pasa con esos millones de personas que cada dos por tres viven amenazados por guerras, desastres naturales, crímenes, forzados por la migración y trabajos precarios. Muchos de ellos quizás, hoy han amanecido con el plato vacío y deben salir a buscar comida. En circunstancias así, pensar en la felicidad es algo en lo que ni siquiera se concibe, mucho menos se planifica en un calendario o es todo lo contrario, son más felices porque tienen menos ataduras, menos responsabilidades, han aprendido a vivir con poco y son almas libres. Un tema complejo y con muchas aristas.
La felicidad es sencilla y no requiere de mucho para sentirla y vivirla. Así como las fragancias que vienen en bote pequeño, ésta se encuentra en los instantes breves que a diario nos da la vida. Solo es cuestión de ser conscientes de ello, casi como la gratitud diaria. No se trata de prepararla como a un bizcocho al que hay que añadirle unos ingredientes y mezclarlos para obtener algo delicioso.
Eso me lleva a pensar en aquello que se dice que las personas que menos tienen, son más felices que aquel que vive atesorando para si mismo. ¿Tu que piensas?
En lo personal, el libro me me ha gustado y me ha abierto la mente a nuevas posibilidades para atesorar bonitos momentos, porque he de reconocer que yo olvido todo. Doy gracias por todas bendiciones que recibo, porque he podido comprar este libro, porque he tenido el tiempo de leerlo, escribir una reseña y compartirla contigo. Esta tarde frente al ordenador me he sentido feliz.
¿Habías oído hablar de este libro y del Índice Mundial de la felicidad? ¿Eres de los que cree que los momentos perfectos hay que crearlos o eres de dejar que las situaciones sean más espontáneas?
Estaré atenta a tus comentarios. Hasta la próxima,
P.D. La foto que ves en la cabecera de este post, es la portada del libro rodeado de objetos de escaso valor económico, pero para mí valen oro porque evocan bonitos recuerdos: una cámara antigua, un mapa de la ciudad de Roma, una entrada al Museo Arqueológico de Atenas de 1997, una tarjeta telefónica de Aruba, un billete llamado quetzal, moneda de Guatemala, un billete del autobús de Atenas, dos entrada a los conciertos de Miguel Bosé y Gustavo Cerati y algunas fotos. Es mi forma particular de atesorar recuerdos y cada objeto cuenta un momento especial en mi vida.